Si algo deberíamos aprender de esta crisis financiera, entre otras muchas otras, es que no existe el activo libre de riesgo.
Por muy prudentes que seamos como ahorradores y estemos dispuestos a sacrificar rentabilidad a cambio de seguridad, no hay ningún producto que nos garantice de forma absoluta la inversión.
En principio el producto financiero más seguro al que puede acceder un ahorrador tradicional es la deuda pública. Garantizada de forma absoluta por el Estado Español, como reza la última reforma constitucional. Sin embargo hasta esta seguridad es puesta en duda cuando se habla de salida de algún país de la zona euro.
El próximo vehículo de ahorro por seguridad serían las cuentas remuneradas y los depósitos, que gozan de la garantía de la entidad y, en caso de quiebra, del Fondo de Garantía de Depósitos (hasta 100.000 euros por titular y entidad financiera). También se cuestiona esta seguridad, dado que los recursos de que dispone el Fondo no podrían hacer frente a la quiebra de una entidad mediana o en cascada. En este más que improbable escenario, podríamos suponer que el estado o Europa adelantarían los fondos, pero es una mera hipótesis.
Y llegamos a los pagarés de bancos, producto de renta fija que emite una entidad financiera, a cambio de captar dinero de los ahorradores, que en un plazo pactado reciben el capital invertido más los intereses implícitos. El cliente pasa a ser un acreedor del banco; por tanto, si la entidad resulta insolvente y acabase liquidada, estarían en la cola de los acreedores comunes, después de las administraciones públicas, los que tengan garantías reales y demás acreedores privilegiados. El FGD no asegura esta inversión y, por tanto, es más arriesgada que los depósitos.
Además los pagarés tienen menos liquidez que los depósitos, dado que si queremos recuperar la inversión antes del vencimiento del pagaré, tendremos que venderlo en el mercado secundario a su precio de cotización, pudiendo perder parte del capital si cotiza a la baja. En el caso de los depósitos, en cambio, si cancelamos anticipadamente el producto sólo soportaríamos una penalización sobre los intereses, nunca sobre el capital.
Dado que un pagaré es menos líquido y más arriesgado que un depósito, tendremos que exigir más rentabilidad al pagaré. Además es más importante, si cabe, analizar la fortaleza de la entidad financiera que lo emite (dado que es la garante última). Por tanto, un banco menos solvente debe ofrecernos más interés por sus pagarés que uno fuerte, si atiende a la racionalidad económica.
En las siguientes comparativas de los mejores productos por rentabilidad (no por seguridad) podremos comprobar que los pagarés se imponen por rentabilidad a los depósitos, que han dejado de ser interesantes para los bancos, dado que la normativa Salgado sigue penalizando a los bancos nacionales (no al Banco Espirito Santo, por ejemplo, que está suscrito al FGD portugués).
Fuente: Diario Expansión
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