La banca internacional está preocupada y, viendo su último informe sobre la economía mundial, da la impresión de que tiene motivos para ello. Las páginas de ese texto prolijo en cifras y consideraciones, conocido este domingo, casi parecen una sucesión de advertencias sobre riesgos crecientes de los que ya se venía hablando en las últimas semanas desde el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Una de las primeras señales de que los mercados financieros –hoy en día el verdadero motor económico global– se pueden estar volviendo a quebrar, como ya ocurrió en las dos últimas grandes crisis internacionales (2008-2009 y 2011-2012, esta última centrada en la deuda soberana europea), es que las operaciones de créditos transfronterizas descendieron en el último trimestre de 2015. Al mismo tiempo, las amortizaciones de deuda crecieron muy por encima de las nuevas emisiones, llevando así el volumen de títulos de deuda internacionales a su valor mínimo de los tres últimos años.
¿Y qué significa esto? El Banco de Pagos Internacional (BPI), una especie de coordinador de los bancos centrales del mundo que tiene su sede en Basilea (Suiza) y que está dirigida por el español Jaime Caruana, parece tenerlo claro. «Esta evolución es significativa porque podría marcar un punto de inflexión en la liquidez mundial», avisan sus responsables. O dicho de otra forma, el dinero está huyendo de los mercados buscando refugios que no son productivos para la actividad económica en general.
Echando la vista al pasado, recuerda que este aumento de las tensiones financieras «ha anticipado con frecuencia más debilidad en la actividad económica». En esta ocasión, han sido las «vulnerabilidades económicas subyacentes» las que han terminado por pasar factura a unos mercados que vivían en una calma artificiosa. De hecho, en el BPI ya han observado señales de todo esto al revisar las grandes operaciones financieras realizadas entre octubre y diciembre.
China, el comienzo
Las primeras señales llegaron en otoño en China -el desplome temporal de sus bolsas se unió a una salida de inversiones antes las dudas que generaba la política económica del Gobierno de Pekín- y luego saltaron al sector energético por el abaratamiento del petróleo. También pasaron por la depreciación de las monedas locales de las economías emergentes, problema agravado con un dólar cada vez más fuerte, y terminaron con nuevos castigos a la banca europea y nipona porque el panorama de tipos muy bajos generaba dudas sobre su capacidad de actuación.
El peor comienzo anual de las principales bolsas internacionales vivido en este 2016 es fruto, señalan desde el Banco, de esa sucesión de acontecimientos. Si a ello unimos que los inversores suelen huir del riesgo y que tanto en la zona euro como en Japón siguen apostando por el dinero muy barato, no resulta extraño comprobar como en las primeras semanas del año el "universo de títulos de deuda pública que ofrecen intereses negativos se expandió de los 4 billones de dólares a más de 6,5 billones en unos días".
El BPI, en cualquier caso, sigue desgranando en su informe señales de que la actividad económica está perdiendo fuelle, y probablemente no poco. Por ejemplo, que la diferencia en los rendimientos de las deudas soberana de referencia (fundamentalmente, Alemania y EE UU) a corto y largo plazo cada vez es menor.
Claro que también hay protagonistas negativos a nivel territorial, pues China concentró tres cuartas partes (casi el 76%)de la reducción de activos transfronterizos de la banca mundial en el tercer trimestre, y también sectorial, puesto que las entidades financieras occidentales han soltado 110.000 millones de dólares (casi 100.000 millones de euros) en ese mismo período.
Se extiende el riesgo
A futuro, sin embargo, la lista de países afectados por "problemas bancarios serios en los próximos tres años" se amplía más allá de China a otras economías asiáticas (Filipinas, Hong Kong, Indonesia, Singapur...), además de Turquía y Canadá por su elevada expansión crediticia en los años de salida de la crisis, y Brasil por la fuerte carga de intereses de su deuda que soporta. Y el BPI previene de ello: “si persisten las condiciones de liquidez mundial más restrictivas podrían incrementarse los riesgos para la estabilidad en determinados países, sobre todo en aquellos donde otros indicadores ya apuntan a una intensificación del riesgo de tensión financiera".
El problema es que la solución a estos males tampoco parece clara, al menos a la vista de lo que concluye el también conocido como Banco de Basilea. En los últimos años han sido los ‘mangüerazos’ monetarios de los bancos centrales, sobre todo en Europa, Japón y Estados Unidos, los que han sostenido el valor de los activos. Pero los mercados parecen ahora “cada vez más inseguros” respecto a su eficacia, algo en lo que venían incidiendo hace tiempo los propios técnicos del BPI.
“La percepción creciente en los mercados financieros -avisan esos expertos- es que los bancos centrales se están quedando ya sin opciones" para sostener sus estímulos, al tiempo que el crecimiento económico “sigue siendo decepcionante” y la inflación parece “obstinada” por debajo de los objetivos que se habían marcado. Sin embargo, otro tipo de políticas económicas a emprender desde los distintos gobiernos nacionales “no han tomado el testigo” todavía y mientras no sea así los riesgos de una nueva recaída económica continuarán sin despejarse, según se desprende del informe.
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