Las recientes iniciativas sobre revitalización o política industrial de los Gobiernos de China, Francia, Reino Unido y Japón, la lectura de informes al respecto de afamadas consultoras y think tanks, así como el interesante libro de Andrés Muñoz Machado sobre política industrial, nos animan a aportar las siguientes consideraciones.
La evolución de la crisis económica y financiera actual que padecemos a escala mundial, con una especial virulencia en ciertos países de Europa, y con particularidades dramáticas para nuestro tejido productivo, del que han desaparecido industrias y sectores que probablemente nunca regresarán a su estadio anterior o, incluso, desaparecerán de nuestra geografía industrial, y la reconsideración a todos los niveles del tradicional papel del Estado en precedentes históricos similares de depresión para impulsar el crecimiento y el empleo, hacen imprescindible volver a plantearse —pues los tiempos en los que pensábamos que todo, sobre todo lo bueno, vendría de Europa han pasado— una verdadera estrategia de Estado para la industria manufacturera española, con enfoques propios de una economía integrada en la Unión Europea y atendiendo a los que el World Economic Forum denomina 12 pilares de la competitividad: instituciones, infraestructuras, entorno macroeconómico, sistemas de salud y educación primaria, universidad, eficiencia de los mercados de bienes y servicios, laboral y financiero, desarrollo tecnológico, innovación, etcétera.
Si se analizan los planes, estrategias o políticas industriales, se llamen como se llamen, que en este momento lanzan o persiguen China, Francia, Alemania, Japón y Reino Unido —con Gobiernos de espectro ideológico muy distinto—, así como la UE en su conjunto, lo primero que se evidencia es que el maniqueísmo ancestral estatal de política industrial se ha decantado claramente hacia planes no ya defensivos u orientativos, sino claramente ofensivos por parte de los ejecutivos nacionales. Todos estos esfuerzos están presididos por una visión ambiciosa estratégica de largo plazo que trascienda de los periodos legislativos habituales y con vocación y recursos para poderse adaptar a los datos y tendencias que vayan proporcionando los desarrollos venideros, así como a asimilar sin rasgarse las vestiduras los fracasos que se den. En el caso europeo, con el objetivo de que la contribución del tejido productivo industrial al Producto Interior Bruto (PIB) europeo pase de un 16%, cifra a la que ha caído en el año 2012, hasta un 20% en el año 2020. El porcentaje del valor añadido es el 15% actualmente en la UE, y el empleo, el 14%.
Todos los planes o políticas se desarrollan en un entorno de crisis —con condicionantes de austeridad en el gasto público, lo que no parece incompatible con los objetivos propuestos— y en un ecosistema de planes de la Unión Europea que, en función de la innovación y la competitividad, para 2020 se conceptúan como sostenibles, inteligentes e incluyentes.
Parece claro, pues, que el coste de no hacer nada a medio y a largo plazo a escala gubernamental en los países de la UE se considera un riesgo muy superior al de acometer planes ambiciosos de expansión. En Japón, igualmente.
Las evidencias de estudios empíricos recientes muy citados de estudiosos y consultoras de alto nivel han puesto de manifiesto que el tan vilipendiado en el imaginario colectivo papel del Estado en las economías occidentales en las últimas décadas no ha sido del todo execrable, y sí fundamental como impulsor, emprendedor y atrevido tomador de decisiones de riesgo en cuanto a inversiones en programas civiles y militares, científicos y tecnológicos de base de éxito —siendo a este respecto el indudable número uno Estados Unidos—. Esos programas nos permiten en la actualidad, globalmente, poder contar con un ecosistema industrial y social con Internet, GPS, trenes de alta velocidad, múltiples desarrollos en medicamentos y tecnologías de la salud, la energía nuclear para producir electricidad y un sinfín de avances que damos como sentados y esenciales actualmente, pero que han requerido esas decisiones audaces, o el caldo de cultivo y masas críticas para poderlas plantear —compendiados en los referidos pilares—, y sus posteriores desarrollos y aplicaciones por empresas competitivas de los diversos tejidos productivos del mundo.
En el ámbito español, ahora que se vislumbra que lo peor de la crisis puede haberse dejado atrás, parece el momento idóneo para imaginar cuáles han de ser los posibles desarrollos futuros de una moderna España industrial en los diversos sectores en los que podemos competir en el terreno macroeconómico —precios o intangibles (marca made in Spain, calidad, diseño, tecnología, servicio posventa, empresariedad, internacionalización, innovación, excelencia en la gestión y canales de distribución)— y cómo conseguir acometer con los mismos el objetivo número uno de nuestra economía, que no puede ser otro que el paliar el acuciante y dramático problema de paro que tenemos y que hipoteca nuestro futuro como país y como sociedad libre.
Con esos posibles objetivos habría que concebir una nueva estrategia de producción o revitalización industrial para alcanzarlos en el medio o largo plazo, con nuevos espacios de creación de alto valor añadido para nuestros productos manufacturados. La misma ha de equilibrar:
- Las virtudes industriales de nuestro tejido productivo, quiénes las poseen y nuestras visiones de futuro en un ecosistema de tercera revolución industrial —apoyada sobre la microelectrónica, el software e Internet— en la que estamos inmersos.
- Qué oportunidades presentan nuestras sociedades y mercados internos en el ámbito europeo, así como los mundiales, a los que hemos accedido en tromba los últimos lustros haciendo de la necesidad virtud, y cómo podemos servirlos mejor, qué no dan otros que pueda aportar el made in Spain, etcétera.
- Cómo podemos hacerlo mejor en los ámbitos de la educación, la investigación universitaria, compitiendo por los mejores alumnos, profesores, proyectos, y en ciencia de base, los servicios básicos, y los pilares donde cimentar y basar este esfuerzo colectivo: acceso a una financiación adecuada (hoy en estado crítico), la informatización de sectores básicos de la economía, administración y servicios, cadenas de suministros básicos, etcétera.
El escenario de mundialización —corolario de esa tercera revolución industrial— en el que España se desenvuelve ya con soltura hace que debamos afrontar esa estrategia en un nuevo paradigma distinto al de políticas industriales verticales tradicionales, basadas en adaptar las mecánicas productivas y las cadenas de suministro a los medios de producción nuevos, distintos medios logísticos, etcétera. Ahora también hay que estar muy atentos y tratar de anticiparse con imaginación a las oportunidades que prometen los nuevos desarrollos tecnológicos por llegar, la deslocalización de la producción, los nuevos yacimientos de riqueza que, como los datos, prometen nuevos Eldorados para la economía digital, y habrá que hacer un notable esfuerzo prospectivo y de inteligencia colectiva para apreciar dónde se puede llegar con los mismos y qué desarrollos tecnológicos y organizativos básicos hay que obtener para lograrlos, planificarlos y ponerlos en marcha. Un cerebro humano cultivado y abierto se va a convertir sin duda en el recurso más apreciado de las próximas décadas.
De los planes de nuestros vecinos en ese ecosistema mundial, y de sus prioridades y objetivos en las estrategias que persiguen, se deduce claramente que las mismas giran en torno a varios grandes asuntos horizontales:
- La transición ecológica y energética como palancas de un formidable cambio industrial y sociológico de oferta-demanda.
- La economía digital y el manejo y la explotación de los datos que genera para proporcionar nuevos yacimientos de empleo y servicios embebidos en productos industriales.
- La economía de la salud y los alimentos.
- Nuevas tecnologías y fábricas del futuro adaptadas a demandas diferenciadas.
- Conocimientos y habilidades nuevos, así como reducción de barreras al comercio y cadenas de valor globales.
La articulación de estos grandes apartados con sectores industriales verticales más al uso debe atender los condicionantes geopolíticos y de cooperación que sean factibles dentro de la UE. En el caso de Francia, por ejemplo —este país ha pasado de ser en 1980 el quinto país del mundo en valor añadido bruto de su industria manufacturera a ser el octavo en 2010; España, del noveno al décimocuarto—, se plasman en 34 planes industriales (planes de batalla o reconquista, como los denominan) con los que la nueva Francia industrial ha de luchar en el escenario de competencia mundial, y en siete denominadas ambiciones que perseguir. Sin ambages, vamos.
Julián Pavón es catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid, y José Luis de la Fuente O’Connor es profesor titular de la Universidad Politécnica de Madrid y presidente de la Asociación Española para la Promoción de la Inteligencia Competitiva.
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